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CRÓNICA DE UN PAÍS IV

Llegó al tribunal de extranjería sobre las nueve y media, a pesar de que la cita no era hasta las diez y cuarto. Se vistió con su mejor traje, camisa blanca y corbata a juego de Balbino Bernal. Había recorrido ochocientos kilómetros. Iba a impugnar la expulsión de su hijo. La sala de espera estaba abarrotada, el bullicio de la muchedumbre era ensordecedor. Los lamentos y la indignación empañaban las sienes. El sentimiento de injusticia humedecía los párpados. Un funcionario abrió la puerta y una pareja salió llorando de la sala judicial. El funcionario pidió silencio y nombró a alguien. Un señor mayor de rasgos incas se levantó, se persignó y avanzó hacia él con la cabeza gacha y las manos trémulas. Aprovechó la cobertura y se sentó en su lugar. Tenía los papeles en las manos hechos un cilindro. Los abría y cerraba compulsivamente mientras observaba al género humano. Aquello era un collage de culturas y razas. Podían diferenciarse varias lenguas distintas, castellano, francés, portu

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